Segunda vez en un año que puedo disfrutar de este templo de la restauración y el vino en Santander.
Dirigido por la más que hábiles manos del señor Andrés Conde Laya, del para mi desgracia no había conocido antes de este año en persona, si indirectamente, pero esa es otra historia de músicas varias.
Esta vez acompañado de mi mi pareja, mujer, novia o marinovia como dicen por el Caribe. Ella no es amante del vino y quiza se esperaba otra velada de pesados hablando de vino, pero la conversación no se detuvo en el vino, la charla sobre música invadió y se apodero de la sobremesa, los comensales tenemos un paso relacioando con la música, pero lo que más nos sorprendió es encontrarnos a otro fan de la música que por gracia o desgracia nos gusta a estos dos comensales desde hace muchos años y de la que vamos quedando pocos en este país de escaso nivel musical, o al menos de diversidad.
Una gran comida acompañada de un fabuloso despliegue de vinos del que no sales indiferente, y yo no tengo ningún pero, vinos particulares, emocionantes y embaucadores, Andrés lleva mucho en esto, y te gustaran más o menos los vinos que selecciona, pero hay pasión y sabiduría.
También hubo otro par de sidras más para mi compi de mesa, que a los vinos no se apunta, pero a estas sidras sí, entre ellas la Cidre des Cîmes, de Jean-Yves Péron, muy rica también, y la de Iñaki antes mencionada, Malus Mama 2009, terrible sidra para no olvidar nunca, puede marcarte un antes y un después en el concepto de sidra.
Una comida que va a quedar en mi recuerdo para toda la vida, ya no solo por los vinos, si no por haber descubierto otra faceta de Andrés que desconocía, ahora mi admiración es mayor.
No dejeis de visitar La Cigaleña, y que Andrés os recomiende, pero hay que tener la mente abierta, la sorpresa puede ser máxima.
Saludos
Alberto